sábado, 5 de septiembre de 2009

A esta misma hora, hace 39 años...

Madrugada del 5 de Septiembre de 1970.

Con profunda emoción les hablo desde esta improvisada tribuna por medio de estos deficientes amplificadores.
¡Qué significativa es, más que las palabras, la presencia del pueblo de Santiago, que interpretando a la inmensa mayoría de los chilenos, se congrega para festejar la victoria que alcanzamos limpiamente, el día de hoy, victoria que abre un camino nuevo para la patria, y cuyo principal actor es el pueblo de Chile aquí congregado! ¡Qué extraordinariamente significativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Chile y al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes! Esto posee un valor y un significado muy amplio.
Nunca un candidato triunfante por la voluntad y el sacrificio del pueblo usó una tribuna que tuviera mayor trascendencia. Porque todos lo sabemos. La juventud de la patria fue vanguardia en esta gran batalla, que no fue la lucha de un hombre, sino la lucha de un pueblo; ella es la victoria de Chile, alcanzada limpiamente esta tarde.
Yo les pido a ustedes que comprendan que soy tan sólo un hombre, con todas las flaquezas y debilidades que tiene un hombre, y si pude soportar -porque cumplía una tarea- la derrota de ayer, hoy sin soberbia y sin espíritu de venganza, acepto este triunfo que nada tiene de personal, y que se lo debo a la unidad de los partidos populares, a las fuerzas sociales que han estado junto a nosotros. se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria, se lo debo a la humilde mujer de nuestra tierra. Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre.
La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a la Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído, de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular.
Lo dije: no tenemos ni podríamos tener ningún propósito pequeño de venganza. sería disminuir la victoria alcanzada. Pero, si no tenemos un pequeño propósito de venganza, de ninguna manera, vamos a claudicar, a comerciar el programa de la Unidad Popular, que fue la bandera del primer gobierno auténticamente democrático, popular, nacional, y revolucionario de la historia de Chile.
Dije y debo repetirlo: si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria.
Pero yo sé que ustedes, que hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra patria en un país señero en el progreso, en la justicia social, en los derechos de cada hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra.
Hemos triunfado para derrocar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una profunda reforma agraria, para controlar el comercio de exportación e importación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo.
Por eso, esta noche que pertenece a la Historia, en este momento de júbilo, yo expreso mi emocionado reconocimiento a los hombres y mujeres, a los militantes de los partidos populares e integrantes de las fuerzas sociales que hicieron posible esta victoria que tiene proyecciones más allá de las fronteras de la propia patria. Para los que estén en la pampa o en la estepa, para los que me escuchan en el litoral, para los que laboran en la precordillera, para la simple dueña de casa, para el catedrático universitario, para el joven estudiante, el pequeño comerciante o industrial, para el hombre y la mujer de Chile para el joven de la tierra nuestra, para todos ellos, el compromiso que yo contraigo ante mi conciencia y ante el pueblo -actor fundamental de esta victoria- es ser auténticamente leal en la gran tarea común y colectiva. Lo he dicho: mi único anhelo es ser para ustedes el Compañero presidente.
Chile abre un camino que otros pueblos de América y del mundo podrán seguir. La fuerza vital de la unidad romperá los diques de la dictadura y abrirá el cauce para que los pueblos puedan ser libres y puedan construir su propio destino.
Somos lo suficientemente responsables para comprender que cada país y cada nación tiene sus propios problemas, su propia historia y su propia realidad. Y frente a esa realidad serán los dirigentes políticos de esos pueblos los que adecuarán la táctica que deberá adoptarse.
Nosotros sólo queremos tener las mejores relaciones políticas, culturales, económicas, con todos los países del mundo. Sólo pedimos que respeten -tendrá que ser así- el derecho del pueblo de Chile de haberse dado el gobierno de la Unidad Popular.
Somos y seremos respetuosos de la autodeterminación y de la no intervención. Ello no significará acallar nuestra adhesión solidaria con los pueblos que luchan por su independencia económica y por dignificar la vida del hombre.
Sólo quiero señalar ante la historia el hecho trascendental que ustedes han realizado, derrotando la soberbia del dinero, la presión y amenaza, la información deformada, la campaña del terror, de la insidia y la maldad. Cuando un pueblo ha sido capaz de esto, será capaz también de comprender que sólo trabajando más y produciendo más podremos hacer que Chile progrese y que el hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja humana, tengan derecho auténtico al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, al descanso, a la cultura y a la recreación, juntos, con el esfuerzo de ustedes vamos a hacer un gobierno revolucionario.
La revolución no implica destruir sino construir, no implica arrasar sino edificar; y el pueblo chileno está preparado para esa gran tarea en esa hora trascendente de nuestra vida.
Compañeras y compañeros, amigas y amigos: Cómo hubiera deseado que los medios materiales de comunicación me hubieran permitido hablar más largamente con ustedes y que cada uno hubiera oído mis palabras, húmedas de emoción, pero a la vez firmes en la convicción de la gran responsabilidad que todos tenemos y que yo asumo plenamente.
Yo les pido que esta manifestación sin precedentes se convierta en la demostración de la conciencia de un pueblo. Ustedes se retirarán a sus casas sin que haya el menor asomo de una provocación y sin dejarse provocar. El pueblo sabe que sus problemas no se solucionan rompiendo vidrios o golpeando un automóvil. Y aquéllos que dijeron que el día de mañana los disturbios iban a caracterizar nuestra victoria, se encontrarán con la conciencia y la responsabilidad de ustedes. Irán a sus trabajos, mañana o el lunes, alegres y cantando; cantando la victoria tan legítimamente alcanzada y cantando al futuro. Con las manos callosas del pueblo, las tiernas manos de la mujer y la sonrisa del niño, haremos posible la gran tarea que sólo un sueño responsable podrá realizar. El hecho de que estemos esperanzados y felices, no significa que nosotros vayamos a descuidar la vigilancia: el pueblo, este fin de semana, tomará por el talle a la patria y bailaremos desde Arica a Magallanes, y desde la cordillera al mar, una gran cueca, como símbolo de la alegría sana de nuestra vida.
Pero al mismo tiempo mantendremos nuestros comités de acción popular, en actitud vigilante, en actitud responsable, para estar dispuestos a responder a un llamado -si es necesario- que haga el comando de la Unidad Popular.
Llamado para que los comités de empresas, de fábricas, de hospitales, en las juntas de vecinos, en los barrios y en las poblaciones proletarias, vayan estudiando los problemas y las soluciones; porque presurosamente tendremos que poner en marcha el país. Yo tengo fe, profunda fe, en la honradez, en la conducta heroica de cada hombre y de cada mujer que hizo posible esta victoria. Vamos a trabajar más. Vamos a producir más. Este triunfo debemos tributarlo en homenaje a los que cayeron en las luchas sociales y regaron con su sangre la fértil semilla de la revolución chilena que vamos a realizar.
Quiero antes de terminar, y es honesto hacerlo así, reconocer que el gobierno entregó las cifras y los datos de acuerdo con los resultados electorales. Quiero reconocer que el jefe de plaza, General Camilo Valenzuela, autorizó este acto, acto multitudinario, en la convicción y certeza que yo le diera de que el pueblo se congregaría, como está aquí en actitud responsable, sabiendo que ha conquistado el derecho a ser respetado en su victoria, el pueblo que sabe que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre de este año.
Quiero destacar que nuestros adversarios de la Democracia cristiana han reconocido en una declaración, la victoria popular. No le vamos a pedir a la derecha que lo haga. No lo necesitamos. No tenemos ningún ánimo pequeño en contra de ella. Pero ella no será jamás capaz de reconocer la grandeza que tiene el pueblo en sus luchas, nacida de su dolor y de su esperanza.
Nunca como ahora, sentí el calor humano; y nunca como ahora la canción nacional tuvo para ustedes como para mí tanto y tan profundo significado. En nuestro discurso lo dijimos: somos los herederos de los padres de la patria y juntos haremos la segunda independencia: la independencia económica de Chile.
Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria.
Gracias, gracias, compañeras. Gracias, gracias, compañeros. Lo mejor que tengo me lo dió mi partido, la unidad de los trabajadores y la Unidad Popular.
A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo, con la lealtad del compañero Presidente


Salvador Allende, Discurso del triunfo de la Unidad Popular.
Desde la Federacion de estudiandes de la U. de Chile, madrugada del 5 de Sept. de 1970.

Sin Palabras

De lo único que me arrepiento,
Es de no haberte hablando en el momento que tuve la oportunidad.

F.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Camino a casa / 2.09.2009

Esperé en el paradero un rato, mientras llovía, miraba como pasaba la gente por la vereda del frente.
La mayoría eran personas de la Universidad en que voy. A mi lado, habían algunas escolares tratando de capear las gotas que caían del cielo.
Llega la micro, y estaba llena. No me subí, decidí caminar.
Camine algunas cuadras hasta llegar a la Estación Santa Ana de la Línea 5 del Metro. Bajando la escalera siento el aire caliente que viene desde los túneles subterráneos. Acerqué mi tarjeta de estudiante al validador para entrar al andén. Sólo funcionó al segundo intento.
Bajando la escalera, llega el metro, estaba casi tan lleno como la micro que evité subirme antes. No me importo. Entré y la gente me miró. Estaba algo agitado y el calor dentro del vagón empezó a incomodarme.
Pronto el carro empezó a andar y entró brisa por la ventana. Una brisa tibia.
Tome el metro en dirección a Vicente Valdés, pues me bajo una estación antes.
Entre las estaciones Irarrázabal y Ñuble, el metro sale a la superficie. Me gusta eso, vienen recuerdos a mi mente de cuando era más pequeño y salía con mis papás y mi hermana a pasear, viajábamos por la misma Línea.
Estaba parado frente a la puerta, mirando hacia afuera. En el reflejo del vidrio, pude ver a un par de escolares detrás de mi, una de ellas me miraba. Más atrás, un joven de mi edad, enchufado a sus audífonos grandes mirando hacia el suelo. Volteé la cabeza, la escolar corrió su mirada. Vi a una pareja de abuelitos sentados, tomados de la mano. Él con un paraguas en su mano izquierda y ella con la cabeza apoyada sobre el hombro de su esposo.
El tren siguen andando. Algunas gotas se cuelan por la ventana, las siento en mi cara. Doy un paso atrás.
El paisaje de la ciudad me hipnotiza, desde la altura del metro, puedo divisar basurales escondidos tras los muros. También, veo como se esfuman los recuerdos de mi infancia con el demolido y clásico Otto Krauss, una juguetería soñada para cualquier niño. Hoy en su lugar, levantan una Universidad.
El vagón se vacía un poco, ya puedo acomodarme mejor. Apoyo mi espalda en el espacio entre el respaldo de un asiento y la puerta. Las escolares se habían ido.
Una joven con Jumper, frente a mi, juega con un coyack en su boca. Una mujer sentada, mira como la llaman por teléfono, su celular está en silencio, se queda mirando la pantalla sin contestar. Frente a ella, otra mujer, leyendo “El Niño del Pijama a Rayas”. Yo solo observo. A veces me encuentro con otras miradas haciendo lo mismo. Suena el timbre que indica el cierre de puertas, tan solo falta una estación para bajarme del tren.
Se abren las puertas en Bellavista de La Florida, me bajo del carro. Subo las escaleras, hay harta gente.
Sigo mi camino sin salir de la estación, delante mío, una mujer juega con su paraguas meneándolo hacia adelante y hacia atrás, yo lo esquivo.
Entra viento frío por la entrada principal, me dirijo a los buses. Entro al andén de los Metrobuses 74 y 81. Subo a éste último. El conductor me da un boleto de escolar y me siento en el segundo asiento junto a la ventana. Miro hacia afuera, las gotas en el vidrio no me dejan ver bien el exterior.
Aún quedan varios minutos de viaje, desenredo los audífonos del celular y los conecto. Vago por los diales FM, ninguno logra atraparme por mucho tiempo. Sólo la sección de deportes.
Sube gente al metrobús, llueve fuerte afuera. Cuando quedan casi dos paraderos para bajar, guardo mis audífonos y me pongo de pie. -En el paradero, tío porfa- digo en tono simpaticón. El conductor detiene el bus y me bajo.
La lluvia no es tan intensa como creí. Me enchufo a mis audífonos nuevamente. Espero que den el verde y cruzo Av. La Florida.
Pongo la carpeta Oasis de mi celular, suena “I’m Outta Time”, una joya melancólica del último disco de los hermanos Gallagher. La canción me vuela la cabeza.
La lluvia cae sobre mi, hace frío. Apuro el paso. Entro a mi pasaje, un par de perros en la calle tratan de protegerse del frío.
Abro la reja, me limpio los pies. Busco las llaves, me cuesta encontrarlas, tengo las manos congeladas.
Introduzco la llave en la cerradura, giro la manilla y empujo la puerta.


F.

martes, 1 de septiembre de 2009

Abismo

El cielo se cubre de a poco,
el sol esconde su luz.
Me quedo espantado. Solo nuevamente.
El viento me impulsa.
Ahogado en mis propios errores,
corro hacia el Abismo.


F.